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Gonzalo Cabrera entre las páginas de un libro oculto

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Por Denise Armitano //

En la vereda Pedro Camejo con José Félix Ribas, del sector La Cruz de Bello Campo, se encuentra la Casa San Judas Tadeo de la Familia Cabrera Rodríguez. Así lo anuncia una placa, en la que se nota el paso del tiempo, ubicada encima del marco de la puerta de la vivienda. Afablemente, María Rodríguez de Cabrera, me recibe. Su esposo, Gonzalo, no se encuentra porque está en la cola del supermercado comprando azúcar y aceite de oliva a precio de regalo. Le digo que, si no le importa, lo esperaré y que mientras tanto podemos conversar un poco.

Se siente un olor a comida omnipresente, sin duda debido a la escasa ventilación del espacio. Conversar no parece ser un problema para María quien me invita a tomar asiento en una poltrona de mimbre en el recibo-salón de estar mientras ella se sienta en uno de los dos sofás cubiertos con un forro protector de tela blanca. Me comenta acerca del dolor en su rodilla derecha y que pronto se debe operar. La tiene muy inflamada, pero esa molestia constante, sin embargo, no mella su buen talante. Se nota que le gusta departir, quizá hasta sea terapéutico. Le pregunto cómo es su esposo, cuántos años llevan casados y si tienen hijos y nietos. Rápidamente dibuja un panorama familiar y acota que, así como ella es trigueña, Gonzalo es tan blanco que algunos lo llaman “portugués”.

Ambos son barranquilleros. Llegaron hace tantos años a Venezuela que se sienten oriundos de esta tierra. Se conocieron en el Sector La Cruz donde María vivía en casa de una tía.

cabreraLlega Gonzalo, cargado con dos o tres bolsas pesadas, visiblemente cansado y acalorado. Saluda y sigue de largo. Al poco rato regresa -aparentemente refrescado- y se sienta con nosotras, como quien viene a cumplir una tarea sin saber mucho de qué se trata. Intento hacerlo sentir cómodo y en confianza. Gracias a la complicidad de María, su compañera de vida desde hace ya casi cuarenta y un años, pronto lo noto más relajado. Conversamos sin un guión específico. El diálogo se ve interrumpido por la visita de dos señoras que, por haber sido miércoles de cenizas el día anterior, recorren el barrio de casa en casa para colocar las cenizas en la frente de los creyentes. Preguntan si queremos recibirlas y María responde que sí. Gonzalo estuvo el día anterior en la Iglesia pero María no pudo ir por el dolor en su rodilla. Tras la imposición de las cenizas, a la que me sumo, todos rezamos un Padrenuestro y un Avemaría. Se siente el fervor religioso. Una de las señoras nos bendice antes de partir.

Prosigue la conversación. Discretamente, María se eclipsa hacia la cocina para dejarme sola con Gonzalo no sin antes sugerirle que se acerque más porque así, sentado en el otro sofá del recibo, está muy lejos. Parece ser una mujer de carácter, sobre todo extrovertida, mientras que Gonzalo se muestra mucho más reservado.

 

Me cuenta que llegó a Venezuela junto con un primo para trabajar en una fábrica de bolsas, luego trabajó en mecánica durante poco tiempo y el resto de su vida laboral, desde los veinte hasta aproximadamente los sesenta y tres años, transcurrió en dos estacionamientos de Caracas donde se desempeñó principalmente como parquero:  En el Centro Comercial Cedíaz, ubicado en la Avenida Casanova entre 1965 y 1992, y luego para la misma empresa pero en Los Ruices, durante quince años más hasta que su salud se resintió.

Actualmente, con setenta y un años de edad, goza de la pensión de vejez y de una jubilación por parte de la empresa a la que le dedicó tantos años de su vida. Me habla de su hija Mayra, de treinta y seis años, abogado, madre de un niño de catorce años llamado Samir por su papá que es libanés. Mayra se separó hace dos años pero está bien, tiene un buen trabajo y con su esfuerzo ha logrado adquirir un carro y un apartamento en Guarenas. Durante la semana ella y su hijo se quedan en la casa paterna por comodidad; además el muchacho estudia en el Colegio Más Luz, justo al lado de la comunidad.

El hermano de Mayra, Ronald Alexis, tiene treinta y nueve años y trabaja en el supermercado cercano desde hace muchos años: “No quiso estudiar”, dice Gonzalo con cierta resignación, pero «es muy trabajador”. A pesar de que la conversación fluye sigo sintiendo que, para Gonzalo, aún es un deber y no una experiencia propiamente placentera. No parece ser el tipo de persona que aprovecha cualquier oportunidad o excusa para hablar de sí mismo o de los demás. Pudiera inferirse que es bastante discreto. Le pregunto qué tal se lleva con el nieto Samir y allí, una sonrisa espontánea, genuina, distiende sus rasgos y le ilumina el rostro. Hasta la voz parece reír: “Ese es… ahahahah, ese es mi amigo”. Las medallas deportivas que cuelgan de la pared, son de Samir quien al parecer es muy alto y espigado. Ahora está tomando clases de guitarra también: «Hay que mantener a los muchachos ocupados para evitar que caigan en vicios» dice Gonzalo a modo de sentencia y con una sonrisa agradecida concluye: «Gracias a Dios con mis hijos me llevo bien”.

Al abordar el tema de los deportes Gonzalo, quien se declara Magallanero, no muestra mucho entusiasmo por hablar de béisbol nacional ni de las Grandes Ligas. Aunque le gusta el Barça, el fútbol regional o europeo tampoco propicia comentarios animados, salvo cuando afirma con alegría que le va a la Vinotinto. De vez en cuando ve las carreras de caballos, sin fanatismos.

Denise 4Los gustos y las aficiones suelen revelar a las personas. Por las dimensiones del televisor pantalla plana ubicado en un mueble biblioteca, deduzco que Gonzalo tal vez se distrae a menudo viendo la televisión. En efecto, disfruta muchísimo las películas cómicas de la época de oro del cine mexicano y conoce casi todas las de Mario Moreno “Cantinflas”, “Tin Tan” y “Resortes”. Dice que las ve con su nieto y que ambos se divierten. Poco a poco, Gonzalo se va abriendo a conversar acerca de sus aficiones… Le gusta el canal CNN para mantenerse informado, también el canal religioso, que ve a la medianoche para hacer una oración junto con María. Gonzalo va casi todos los días a misa de 5.30 pm. Es amigo de los sacerdotes de la Iglesia El buen Pastor. En sus oraciones diarias reza por su familia, por que siempre están bien de salud, por la paz de Venezuela, por los líderes que están en la cárcel!

Leopoldo ha venido a esta casa, se ha sentado aquí con nosotros”.

La fe se hace presente en ese espacio en la figura de un Cristo, un rosario y varias representaciones de San Miguel Arcángel. El recibo de la vivienda, a pesar de ser sencillo, es un espacio acogedor: escasamente iluminado por la luz que apenas se filtra a través de una única ventana, amoblado con dos sofás grandes cubiertos, dos poltronas de mimbre y dos mesas laterales una de ellas repleta de “souvenirs” y fotografías de familiares. El protagonismo lo tiene el mueble-biblioteca bien acomodado donde, aparte del televisor pantalla plana de grandes dimensiones, hay una colección de libros de historia universal, una Enciclopedia Océano que Mayra, la hija de Gonzalo, compró pensando en la educación del joven Samir, algunas figuras de adorno y pequeños portarretratos. Todo está ordenado y limpio. Hay un televisor de los viejos a un lado junto con algunos artefactos eléctricos que parecen estar en desuso. Tal vez estén temporalmente estacionados a la espera de que alguien -pudiera ser Gonzalo- los arregle.

Le pregunto si sabe de electricidad, o si le gusta, pero me saca de dudas con un no rotundo y me recuerda que cuando era joven trabajó un tiempo en mecánica pero que no le entusiasmó mucho. La vivienda, estrecha y alargada hacia el fondo, tiene dos plantas. Gonzalo, su esposa e hijos ocupan la planta baja porque la planta superior se la alquila a unos familiares. Me narra que, hace treinta y seis años, allí no había sino «una mata de mango y un ranchito de tablas cubierto de periódicos» y cómo él mismo fue construyendo la casa “ladrillo a ladrillo” mientras vivía alquilado en Petare.

 

Denise 5Son cerca de las doce y media del mediodía. El olor a condimentos y aliño se intensifica. Proviene del fogón en el que María prepara el almuerzo. Gonzalo también cocina de vez en cuando: “una arepita, un arroz, un bisteck…” dice con dulzura. María va y viene de la cocina, pone la mesa en el comedor decorado con la pintura de una patilla de grandes dimensiones que abarca la mitad de la pared. Me despido de ella afectuosamente en un deseo de transmitirle mi reconocimiento a su labor de ama de casa y madre de familia. Ese aroma a comida recién preparada me lo llevo como el recuerdo del calor de un hogar amable. Gonzalo se ofrece a acompañarme hasta la entrada de La Cruz.

Seguimos conversando, lo percibo mucho más relajado que cuando llegué, aunque siempre reservado, tranquilo y manso. Con un fuerte apretón de mano y una sonrisa me despido de él, agradeciéndole por su tiempo. Me llevo el recuerdo de sus cejas pobladas, de sus ojos grises, de su cabello blanco y su piel rosada, extremadamente clara, de su tono pausado y su voz ronca, pero sobre todo de su carácter reservado que se fue dejando descubrir poco a poco como las capas de una cebolla generosa.

Lo intuyo lleno de sabiduría y secretas enseñanzas, como la de un libro oculto en la biblioteca de su casa.


 

 

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La historia de estas historias

Nos propusimos dictar un taller de crónica. Nos propusimos, también, contar la historia del barrio La Cruz, en el municipio Chacao (Caracas), a través de los testimonios de vida de algunos de sus habitantes fundadores. Convocamos a miembros de la comunidad dispuestos a contar su vida y abrimos un taller de tres meses de duración en el que cada participante debía escribir (como trabajo final) la semblanza de uno de esos miembros de la comunidad. Uno pondría la historia y el otro una voz literaria para contar esa vida.

En una segunda etapa, bajo la misma modalidad y con nuevos participantes, repetimos la experiencia en la comunidad de Bello Campo, en el mismo municipio. El resultado fueron otras maravillosas historias de vida, que contribuyen a alimentar otras visiones sobre Caracas, como una forma de registrar historias cotidianas de nuestra ciudad,

Queríamos que fuera divertido y que todos aprendiéramos de todos. Estuvimos puliendo esas historias durante meses y, en efecto, nos divertimos y salimos un poco más sabios.

Y todos salimos ganando. Las comunidades, cuyas historias quedaron asentadas en este proyecto. Y los participantes, que aprendieron haciendo y conocieron otras formas de vivir en Caracas.

LEER: El taller de La Cruz: Coordenadas generales

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Agradecimientos

Queremos dar las gracias a la gente de la Gerencia de Turismo, de la Alcaldía de Chacao, dirigida por Mariana Andrade, que fomentó esta edificante experiencia, a Sebastián Pérez Peñalver, por las fotos que acompañan estas crónicas, y a Lennis Rojas, por el soporte técnico para el desarrollo de la página.

Con el apoyo de