Sitio colectivo de crónicas sobre la ciudad de Caracas

Yolanda

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Por Oriana Lozada //

Ser muchas cosas a la vez es de humanos, si acaso una condición única entre las demás especies. Camuflarse entre distintas personalidades es el regalo que ha dado la ley de la supervivencia. Yolanda Rivas no se salva –si es que alguien lo hace-, ella se encuentra en el medio de un línea delgada: cabeza de familia y cacique de una tribu más grande: La comunidad de Bello Campo.

Ella abre las puertas para contar las historias de los demás. Quizá encuentre la suya un poco menos entretenida. Es tan firme como confusa, tan seria como amigable. Y es que, aunque llevara falda, se le verían los pantalones. No le teme a la palabra, más bien la usa de aliada. Aunque no titubea, su mirada a veces no te mira fijamente. Su voz y aquel dedo índice le dan el carácter para que los otros le hagan caso. No hay quien no la conozca en esos 5.026 metros cuadrados de su comunidad, tampoco quien por cortesía no la salude. Ella es ese general con la que hay que llevarse la mano a la frente. Los puntos en sus oraciones los marca un “buenos días”, o uno que otro “Dios me la bendiga” dirigido a cualquier vecino. Yolanda es en sociedad, en manada, de esas personas que reflejan lo que son a través de su ambiente, de sus acciones con los demás, con el reconocimiento y satisfacción de los otros. Ella es tan paradójica como su mismísima comunidad, una zona popular dentro del Municipio Chacao, uno de los más costosos de la ciudad.

No es difícil encontrarla, todos saben donde está.

Está sentada en la vereda “la luz del mundo”, allí se siente en casa. No hay porqué pasar a la visita a sus cuatro paredes más íntimas. Adentro huele a café, afuera a humedad. Una familia entera se escucha en el interior de la casa, no solo su esposo e hijo, quienes viven con ella, también los nietos de la familia que suele cuidar mientras las madres están en el trabajo. Afuera Yolanda, escuchando a las vecinas que vienen con su mejor queja. Ambas familias se disputan los gritos del lugar. Ella en su trono, marcando su territorio. No quiere estar con rodeos, quiere salir de esto ya, despacha a los que la retrasan, y manda a uno que otro niño a hacer “los mandados” del día.

De pequeña pensaba que su altura le serviría para ser modelo. Hoy, se da cuenta que es útil para mirar donde otros no llegan. Ha vivido más de seis décadas, la mitad del tiempo en esa misma casa verde en Bello Campo. Conoció a su esposo, José Rojas, en aquellas reuniones donde asistía una hermana. Le echó un ojito más de una vez y surgió el amor. Lo cuenta muy simple, hasta con desdén: “sí, me lo presentaron y salimos varias veces. Luego se fue al servicio militar. Al regresar nos casamos”, como si el amor no tuviera matices e incertidumbres, tampoco cartas. Simplifica la historia, quizá con un aire de olvido inducido. Lo confirma: “La verdad es que ni me acuerdo qué me gustó de él en aquel entonces”. Es que el llanto del nieto que quiere ver su mamá no la deja recordar. “Niño ya va a llegar tu mamá, tranquilo, váyase para allá”. Continúa: “Pues teníamos mente de pueblerinos, el primer novio que llevaras a la casa ese era con el que te casabas”.
Se casó a los 18 años y a pesar de confesarse “poco capitalina” deja colar con un poco más de picardía: “Mi mamá se enteró de que nos habíamos casado después de haberlo hecho, la boda fue en secreto”.

Cuatro años después tuvieron a su primera hija. Como si su historia se tratara de un bocado muy preciado, hay que sacarle los cuentos con cucharita. “La verdad, manita, es que no fue fácil el hombre. Ese tenía muchas mujeres. Cuando lo amarré nos casamos inmediatamente”.

Oriana 2Entre dientes, pero con buena compostura, se escapan esas historias familiares. Por ejemplo, la de su madre. Su pérdida, hace cuatro años, la cambió: “Estuve en terapias y en depresión, la muerte de mi madre fue larga, pues tuve que cuidarla durante su agonía”. El temple de Rivas se camufla aunque el cuento sea triste. “A ella le dio un ACV”. Después de eso vino la operación en la columna, pasó un año en reposo, también ausente de su trabajo oficial en la Alcaldía de Chacao. Hoy es su primer día reincorporándose.

Sin embargo, su historia de vida la dice en paralelo con la de su comunidad. Tiene más de la mitad de su existencia siendo la protagonista y haciéndose escuchar hasta en la “redoma”, donde venden las cervecitas en Bello Campo. Por cosas del destino “Bello campo” y ella tienen casi la misma edad, son casi unas morochas. Cuando le toca hablar de su entorno se desenvuelve con más soltura.

“Yo soy de la segunda generación de este lugar, no fui de las que invadió las tierras, pero sí de las que luchó para que fuera parte de Municipio Chacao y no de Sucre”.

Un familiar tenia una casa, y su familia construyó arriba. Todo lo que hay en ese lugar ha tenido su sudor. A esas veredas las ve como habitaciones y a los pasillos como su sala. Hasta la pintura de muchas casas fueron impulsadas por su labor. Lleva las “ordenanzas” de arriba para abajo. Le conoce los trapitos sucios, y no hay quien no le haga caso, les conviene pues ella tiene la última palabra.

“Yo recibo aquí todas las quejas, hago carta de residencia de un día para otro. La alcaldía se comunica con los vecinos a través de mi. Yo pongo la cartelera con todas las actividades del lugar”.

Ella es lo más parecido a un notario público, a un abogado y a la alcaldesa de allí, también a la policía. Esas paredes son tan delgadas que lo que le pase a un vecino lo saben todos. “El caso de dengue” o “la nueva inquilina” no son un secreto para nadie, mucho menos para Yolanda. Y es que quien diga que en las ciudades no se vive en tribus no ha visitado Caracas, mucho menos el territorio del Indio Chacao, ese donde sus dirigentes “no se dejan montar la pata”.

“Abrieron en una de las primeras casas una sala de juegos. Yo agarré y le dije a los dueños que como no estaban pagando impuestos extras, compraran la pintura para arreglar el lugar”, dice Rivas.

Oriana 3Ella es estricta con el orden, no se le ve en otra cosa que lo que hace: mandar. Si no hubiese sido en Bello Campo es probable que fuera la presidente de la junta de condominio de algún edificio, quizá una concejal. Pero cuando se le pregunta sobre sus aspiraciones dice con la cara arrugada: “no… la verdad es que yo aquí estoy cómoda”. Sí lo está, vive en Chacao, tiene quienes le hagan caso, más allá de un esposo, hijos y nietos, y le alegra poder hacer sus compritas por la zona, “aunque es más caro, yo estoy tranquila aquí”.

Y no es que no quiera hablar de sus hijos, es que los cuentos de la vecindad son más divertidos, se le nota en la mirada. La lengua se le suelta cuando tiene que echar el cuento de los loquitos que vienen a comprar los “suyo” en una de esas casas. Cuando dice: “mija, esto aquí tampoco es tan fácil como parece”. Sus canas, pareciera que no son culpa del señor José, más bien de la nueva generación que busca sabotear todo lo que ella ha hecho desde hace más de veinte años.

El sector es como ella, ordenado, pintorretiadito, recién bañado y a veces hasta perfumado. Y no le importa si a los otros les gusta su labor, sabe que es la única a la que le cumplen las órdenes. Al final, ella no es cualquier Yolanda.

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2 Comentarios

  1. yajaira machuca's Gravatar yajaira machuca
    10 julio, 2016    

    Mujer noble madre amiga tia como ella no hay, que dioa la benfiga

  2. Carmen R. Morales's Gravatar Carmen R. Morales
    10 julio, 2016    

    Tremenda Lider y ser humano, da el ejemplo en su comunidad , olvida la palabra pereza en cuanto ayudar a los vecinos, personas como ella son quienes motivan el progreso en las comunidades y hacen que se de la convivencia entre vecinos, inigualable la Sra Yolanda, gracias por todo y Dios le Bendiga siempre!

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La historia de estas historias

Nos propusimos dictar un taller de crónica. Nos propusimos, también, contar la historia del barrio La Cruz, en el municipio Chacao (Caracas), a través de los testimonios de vida de algunos de sus habitantes fundadores. Convocamos a miembros de la comunidad dispuestos a contar su vida y abrimos un taller de tres meses de duración en el que cada participante debía escribir (como trabajo final) la semblanza de uno de esos miembros de la comunidad. Uno pondría la historia y el otro una voz literaria para contar esa vida.

En una segunda etapa, bajo la misma modalidad y con nuevos participantes, repetimos la experiencia en la comunidad de Bello Campo, en el mismo municipio. El resultado fueron otras maravillosas historias de vida, que contribuyen a alimentar otras visiones sobre Caracas, como una forma de registrar historias cotidianas de nuestra ciudad,

Queríamos que fuera divertido y que todos aprendiéramos de todos. Estuvimos puliendo esas historias durante meses y, en efecto, nos divertimos y salimos un poco más sabios.

Y todos salimos ganando. Las comunidades, cuyas historias quedaron asentadas en este proyecto. Y los participantes, que aprendieron haciendo y conocieron otras formas de vivir en Caracas.

LEER: El taller de La Cruz: Coordenadas generales

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Agradecimientos

Queremos dar las gracias a la gente de la Gerencia de Turismo, de la Alcaldía de Chacao, dirigida por Mariana Andrade, que fomentó esta edificante experiencia, a Sebastián Pérez Peñalver, por las fotos que acompañan estas crónicas, y a Lennis Rojas, por el soporte técnico para el desarrollo de la página.

Con el apoyo de