Sitio colectivo de crónicas sobre la ciudad de Caracas

Cielos con navaja  

Share Button

Por Ana Cristina Frías

En los años 80 cuando Un Solo Pueblo lanzó un calipso cantando la historia de la fundación de Caracas, dibujó las calles de La Pastora. El tema titulado Caracas, Caracas se hizo popular en la voz de Francisco Pacheco. En él se hace un recuento de las luchas, los cambios y los héroes que fundaron nuestra inquieta ciudad.

El canto inicia con el sonido lejano de guaruras que poco a poco van adquiriendo color y nitidez. Progresivamente se va incorporando el golpe seco del bumbak para anunciar la irreverencia del coro. Caracas Caracas/ yo te canto noche y día/ para que mejores tiempos/ te perfumen de alegría. Esa cadencia es la que abre el camino al corazón de La Pastora. Antes de la muerte progresiva de la avenida Baralt y su resurrección en la Boyacá, o Cota Mil, se hace un descenso por Dos Pilitas, como quien va hacia Quinta Crespo y al igual que en la explosión del coro en el calipso, se gira a la derecha en la esquina de Guanábano para comenzar la peregrinación por la Caracas de los techos rojos.

GetAttachment

Foto: Régulo Gómez

Las calles de vida y color parecen haber perdido la gloria con la que la exaltaban los poetas. Algunas de las fachadas de las casas parecen ausentes, sin nitidez. Guanábano es un tumulto de carros y motos. El ajetreo de esa estrecha esquina va asomando lo que será el recorrido por la garganta profunda de La Pastora.

Entre el caos rítmico que marca nuestra ciudad resuenan frases de conversaciones que ilustran nuestro imaginario. Todavía con el casco en la cabeza, y sin bajarse de la moto mal estacionada en plena esquina de Guanabano, un muchacho comenta: “La vaina está dura, chamo. La gente anda como loca. Yo ahora lo pienso, hermano, antes de lanzar un plomazo.” Está escrito en nuestro ADN. La violencia fue uno de los componentes de nuestra mixtura. Estirpe de viejos tiempos/ Nacida de Taraimana/ que defendieron al centro/con guaruras y macanas.

IMG_20150825_112522

Foto: Régulo Gómez

La mañana del 29 de junio de 1909 cuando José Gregorio Hernández se disponía a comprarle un medicamento a uno de sus pacientes, probablemente no se le ocurrió que el único carro que transitaba por Caracas en aquella época se le atravesaría en el camino. Cuentan que la cabeza del doctor impactó contra la acera, en plena esquina de Amadores, y que la muerte lo cubrió de inmediato con su manto, vistiéndolo de un negro infinito que aún luce en las réplicas que han hecho de su figura. La farmacia, al otro lado de la acera, permanece abierta. Quienes caminan por ahí logran percibir el penetrante olor a alcanfor que anuncia el implacable paso del tiempo.  Da la impresión de que después de José Gregorio, nadie más ha vuelto a entrar.

La mirada serena, imperturbable y profunda del venerable es un recordatorio de la fraternidad y el servicio, virtudes que prevalecieron a lo largo de su vida. Sin embargo su mirada también luce indefensa, a ratos parece una víctima más. Ese también es un recordatorio de nuestro apuro y el atropello constante a las formas amables, a la humanidad.

La barbería de Nelson y Willy está enmarcada en este retrato urbano.

GetAttachment-6

Foto: Régulo Gómez

A mitad de la cuadra de Puente de Miraflores sobresale un toldo. En él se lee: Los Dominic, junto a tres nombres. Nelson, Maikel y Willy.  En la entrada de la barbería, apoyado sobre el portón negro, un muchacho espera su turno para que lo afeiten. Un banco de cuero opaco permanece vacío junto a él. Parece que lo invita a sentarse pero el muchacho se resiste. Dentro de la barbería está una pared falsa pintada con rostros que lucen diferentes cortes de cabello. Las caricaturas muestran sonrisas exageradas, cuerpos esculpidos y miradas de superioridad e irreverencia. En medio de esas caras que se superponen está la bandera de la República Dominicana, alumbrada por un bombillo fluorescente.

La pared acorta lo que parece ser el largo pasillo de una antigua casa. El espacio disponible solo tiene la capacidad para albergar cuatro sillas giratorias: dos a la derecha y dos a la izquierda, cada una con sus respectivos espejos y un tablón en el que reposan peines de diferentes colores y tamaños, espuma para afeitar, hojillas, un gel fijador extrafuerte, talco, cepillos, una tijera, laca en spray y un cepillo rojo y redondo con el que el barbero limpia los restos de cabello escondidos cuando la máquina de afeitar traza su paso. La barbería parece tener solo lo estrictamente necesario. De la parte alta de las paredes que hacen esquina, hay cuatro ventiladores. Un poco más abajo retumba una de las cornetas del lugar. Junto a ella, una repisa sirve de altar a una pequeña estatua de San Miguel Arcángel.

Arrellanado en una de las sillas un hombre está leyendo el periódico. Ya lo afeitaron. Es más, han pasado varias horas después de que lo atendieron pero permanece ahí. De la corneta sale la voz de Romeo Santos con la bachata de moda. Por un instante Nelson se detiene, deja de afeitar, sostiene la máquina con una mano y con la otra aumenta el volumen de la música. Nadie se inmuta. En sus manos una pesada máquina parece tener la ligereza de una pinza de ceja.

Mide un metro noventa y tres de estatura y tiene treinta y seis años. Dice que aprendió a afeitar cuando tenía dieciséis a punta de observación. Gracias a él Willy también aprendió. Son amigos desde hace un tiempo y juntos mantienen con vida este pequeño lugar.

Poco a poco la barbería se empieza a llenar. Llegan dos hombres más y sin saludar se instalan en el banquito de cuero. Uno de ellos sale y regresa unos minutos más tarde con varias botellas de cerveza en la mano. El hielo abraza el borde de vidrio con sensualidad. Las gotas de agua caen y se esfuman con rapidez sobre la acera caliente. Los que esperan aceptan la bebida con tranquilidad rutinaria. La cerveza de Nelson reposa sobre la mesa, abriéndose paso entre los cepillos y la espuma. Poco a poco va formando una laguna en miniatura. Nelson toma un sorbo y se dispone a despejar el cráneo de un cliente del enjambre de cabello que lo recubre.

La máquina zigzaguea haciendo un zumbido casi imperceptible. Los matices de la vibración los va poniendo Nelson con el movimiento de su muñeca. Las motas oscuras van cayendo al suelo mientras la voz de Maelo sale de las cornetas haciéndolas latir con fuerza. Una vez despejada la cabeza, Nelson toma la navaja, sus ojos se achican. No pierde de vista el plano. La navaja va dibujando líneas, caminos, va abriéndose paso entre los folículos capilares para mostrar la luz brillante y discreta de la piel. Nelson se incorpora nuevamente. Baja la navaja a la altura de la pierna y toma un sorbo. De vez en cuando gira un poco el cuerpo para trazar las curvas con mayor precisión. El cliente no dice nada, a ratos cierra los ojos pero su mirada permanece fija frente al espejo. Quince minutos más tarde una estrella acapara la parte de atrás del cuello. Pareciera que continúa detrás de la oreja y que, de pronto, tomará parte de la piel, pero no es así.

GetAttachment-3

Foto: Régulo Gómez

Para el trazo final, Nelson toma el último sorbo de cerveza. Limpia con el cepillo rojo el cuello de otro cliente satisfecho. No en vano Los Dominic se ha convertido en punto de referencia en las calles de La Pastora y es parada obligada de algunos artistas urbanos en su paso por Caracas. Jowell, el reggetonero puertorriqueño, actualiza su corte y los diseños que luce su cabeza ahí.

El calor va en aumento. Los ventiladores hacen lo que pueden pero las gotas de sudor empiezan a asomarse en los cuerpos que reposan en la barbería. Por un instante parece que las caricaturas también comenzarán a transpirar. Afuera, en la calle, el ritmo se ha vuelto lento y pesado. Las camioneticas contienen la respiración para transitar los estrechos callejones. Y en un acto de magia absurdo, las motos irrumpen sobre el pavimento, intentando zafarse de ese ritmo lento y apretado. La Pastora guarda la esencia caraqueña del aquí todo es posible.

Desde la esquina de Urapal viene caminando con el tumbao de las mujeres que no se detienen ante un piropo obsceno. Luce unas licras negras. El sueter amarrado en la cintura intenta cubrir la distancia entre el fin de la camisa y el comienzo, ya avanzado, del leggin. Las clinejas serpentean por su cabeza y descienden formando una cola de caballo que le llega a la cintura. A esa hora del día, cuando el sol no resplandece sino pica, sus ojos pasan del verde al amarillo. Un rasgo muy particular dada su piel morena.

Saluda a todos, especialmente a Nelson, su esposo y padre de su hijo de cinco años. A primera vista Nelson no parecer estar muy contento con el atuendo de su exuberante esposa. “Ponte el sueter” dice con la pasividad que lo caracteriza. Los muchachos que esperaban lucen distintos con las barbas podadas y delineadas. Ninguno parece tener intención de irse. Es más, hablan de llevarse el guateque improvisado al Toto, un bar de la avenida Fuerzas Armadas donde se reúnen los dominicanos y los amantes de sus ritmos.

GetAttachment-2

Foto: Régulo Gómez

Hablar de inseguridad en un lugar como este se vuelve muy relativo. “¿Y tú crees que alguien se va a meter aquí?”, pregunta Nelson. De alguna forma, si se amplía la toma y se mira la barbería a sus anchas, la respuesta parece ser bastante obvia. El ritmo pausado del día a día da la falsa impresión de que allí nada ocurre. Pero todos quieren formar parte de esa nada.

Caracas tiene su ritmo. A ratos algunas palabras danzan a su alrededor, al son que le toquen, intentando definirla. Caótica, infernal, asfixiante, jodedora, imposible. Palabras que se chocan entre sí y tropiezan en las horas pico. Hacen pausas de marrón claro y cigarro en cualquier esquina para volver a saltar entre motos que van y vienen y se amontonan en las aceras. Por un instante su palabra parece ser fracaso y es entonces cuando deja de ser un calificativo para convertirse en destino. De pronto, en un giro inesperado, la sultana de techos rojos pasa a ser escenario de maravillas y sus palabras flotan como burbujas de cerveza para hacerse encuentro, arte, reconocimiento y literatura.

Las guaruras vuelven a sonar. Se oye a lo lejos el golpe seco del bumbak que desborda gracia. La voz de Pacheco se desgarra y convierte en estrofa la imagen de una pasión: Desnuda tu pecho y canta el amor por tu ciudad/ Y un manantial de sonrisa/ del fututo nacerá.

En este sentido, Caracas es un destino cumplido.


Foto: Régulo Gómez

Caracas, 1993. Es una eterna curiosa de los paisajes ajenos. Un viaje a África le avivó su necesidad de contar historias. Familia de músicos, baila en un grupo de danza tradicional y aspira a hacer música con las palabras. A punto de egresar de la Escuela de Letras de la UCV. El taller Para que mañana no sea olvido despertó su sed de contar las historias que se esconden detrás de la cotidianidad y el anonimato. Música, gente, ritmo y escritura: todo está relacionado y en este sentido, le interesa poder expresar a través del arte su mundo interior.

Share Button

No se han encontrado comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

La historia de estas historias

Nos propusimos dictar un taller de crónica. Nos propusimos, también, contar la historia del barrio La Cruz, en el municipio Chacao (Caracas), a través de los testimonios de vida de algunos de sus habitantes fundadores. Convocamos a miembros de la comunidad dispuestos a contar su vida y abrimos un taller de tres meses de duración en el que cada participante debía escribir (como trabajo final) la semblanza de uno de esos miembros de la comunidad. Uno pondría la historia y el otro una voz literaria para contar esa vida.

En una segunda etapa, bajo la misma modalidad y con nuevos participantes, repetimos la experiencia en la comunidad de Bello Campo, en el mismo municipio. El resultado fueron otras maravillosas historias de vida, que contribuyen a alimentar otras visiones sobre Caracas, como una forma de registrar historias cotidianas de nuestra ciudad,

Queríamos que fuera divertido y que todos aprendiéramos de todos. Estuvimos puliendo esas historias durante meses y, en efecto, nos divertimos y salimos un poco más sabios.

Y todos salimos ganando. Las comunidades, cuyas historias quedaron asentadas en este proyecto. Y los participantes, que aprendieron haciendo y conocieron otras formas de vivir en Caracas.

LEER: El taller de La Cruz: Coordenadas generales

Comentarios recientes

Agradecimientos

Queremos dar las gracias a la gente de la Gerencia de Turismo, de la Alcaldía de Chacao, dirigida por Mariana Andrade, que fomentó esta edificante experiencia, a Sebastián Pérez Peñalver, por las fotos que acompañan estas crónicas, y a Lennis Rojas, por el soporte técnico para el desarrollo de la página.

Con el apoyo de